El verdadero evangelio y el Reino de Dios en Hechos 8 según el pastor David Jang


Basado en la predicación del pastor David Jang (fundador de Olivet University) sobre Hechos 8:1–5, este artículo ilumina —desde una perspectiva teológica y práctica— cómo la persecución y la dispersión tras el martirio de Esteban se convirtieron en un conducto para la expansión del evangelio. A la luz del “verdadero evangelio” y de la mirada del “Reino de Dios que atraviesa la historia”, se reexaminan la iglesia primitiva y el paradigma misionero de la iglesia contemporánea.


Hechos 8:1–5 revela con honestidad que la historia de la iglesia nunca se ha desarrollado únicamente sobre la trayectoria de un “crecimiento seguro”. Apenas la sangre de Esteban se empapó en las piedras de las calles de Jerusalén, la iglesia se encontró primero con la supervivencia en medio de una tempestad, antes que con la victoria entre aplausos. El pastor David Jang no lee este pasaje como un simple registro de tragedia, sino que lo reinterpreta desde la mirada del Reino de Dios. Cuando la iglesia se fija y se endurece como una comunidad religiosa “exitosa” en una sola ciudad, el evangelio queda con frecuencia atrapado en la “estética del quedarse”; pero el Espíritu Santo rompe esa permanencia y conduce a la iglesia hacia una “ética del avanzar”. Así, la dispersión de Hechos 8 no es retirada sino reubicación; no es pérdida sino envío; no es desaparición sino expansión.


La persecución que experimentó la iglesia primitiva no fue, en el plano emocional, sólo “miedo”. Fue una deconstrucción total que sacudió simultáneamente el lugar de la adoración, la estructura comunitaria y la base misma del sustento. La descripción de que Saulo irrumpía casa por casa y arrastraba a hombres y mujeres para entregarlos a la cárcel muestra cuán concretos y riesgosos eran los compromisos de fe de los creyentes de entonces. Al leer esta escena, el pastor David Jang vuelve a plantear la pregunta: “¿Qué es la iglesia?”. La iglesia no es la suma de edificios e instituciones; es un organismo viviente que, dentro del Espíritu Santo, forma un solo cuerpo de personas que portan el evangelio. Por eso, aunque la presión externa desbarate las reuniones, la vida del evangelio circula hacia espacios más amplios con mayor fuerza. El hecho de que los apóstoles permanecieran en Jerusalén no indica una fijación rígida del liderazgo, sino que sugiere una estructura misionera multicapa en la que el centro y la periferia operan al mismo tiempo, mientras los creyentes dispersos se desplazan.


Hechos 8:4 —“Los que habían sido dispersados iban por todas partes anunciando la palabra del evangelio”— condensa el núcleo de la misión de la iglesia primitiva. El evangelio no era solamente el lenguaje de evangelistas profesionales; fluía de manera natural como testimonio a lo largo de los trayectos vitales y de los caminos de supervivencia. El “verdadero evangelio”, tal como lo explica el pastor David Jang, se enraíza aquí. El verdadero evangelio no se limita a un consuelo religioso que esquiva la crisis; aun en medio de la crisis, impulsa a proclamar con valentía la cruz y la resurrección de Jesucristo y la venida del Reino de Dios. Si el evangelio es verdad, no depende de condiciones favorables. Más bien, las condiciones adversas se vuelven una prueba que revela la pureza de la verdad. La iglesia primitiva no se derrumbó sobre esa prueba porque estaba más profundamente atada a la “misión centrada en el Reino de Dios” que a la “seguridad centrada en la iglesia”.


Desde esta perspectiva, la persecución se convierte en un espacio paradójico de providencia. Por supuesto, no puede decirse que la persecución en sí misma sea buena. Sin embargo, Dios posee la soberanía de transformar la intención del mal en bien. Precisamente aquí el pastor David Jang subraya la “fuerza interpretativa” que la iglesia debe tener frente a la historia. A los ojos humanos, la muerte de Esteban parece una derrota de la iglesia; pero a los ojos del Espíritu Santo, su martirio abre la “puerta de la dispersión” y hace visible la ruta hacia los confines de la tierra. El mapa misionero de Hechos 1:8 —Jerusalén, toda Judea, Samaria y hasta lo último de la tierra— deja de ser un lema abstracto para convertirse en un itinerario concreto de movimiento. Ese instante es precisamente Hechos 8.


El descenso de Felipe a Samaria encierra un sentido que va más allá de un simple traslado geográfico. Samaria era una tierra fronteriza donde se habían acumulado heridas antiguas y enemistades. Que el evangelio entrara allí proclama que la expansión del Reino de Dios derriba el purismo cultural y el exclusivismo religioso. El pastor David Jang interpreta este acontecimiento desde la perspectiva del “Reino de Dios que atraviesa la historia”. El Reino de Dios no es un proyecto encerrado en la identidad de un pueblo particular; es un gobierno cósmico que, por la gracia de la redención, forja una nueva humanidad. Por eso, la tierra fronteriza se convierte siempre en un laboratorio del evangelio. La afirmación de que Felipe “anunciaba a Cristo al pueblo” enfatiza más la dirección del ser que la técnica del discurso. Felipe no evitó Samaria para proteger el orgullo de su propio pueblo; ante la guía del Espíritu Santo, descendió hacia un territorio incómodo. Ese descenso muestra que la esencia de la misión no es “elevarse”, sino “abajarse”.


Aquí, el pastor David Jang recuerda repetidamente una exhortación: que la iglesia no caiga en la costumbre de moverse sólo cuando la tribulación la obliga. También la iglesia primitiva pudo haber sentido la tentación de quedarse en Jerusalén, disfrutando del avivamiento y de la estabilidad comunitaria. El ser humano tiende a convertir el logro en estabilidad, y la estabilidad pronto se endurece como inercia. Pero el evangelio no permite la inercia. El evangelio siempre va hacia afuera, más lejos y hacia un lugar más bajo. Por eso, el pastor David Jang afirma que la iglesia debe recuperar una obediencia que “se dispersa voluntariamente cantando con alegría”. No se trata de promover el romanticismo de un movimiento temerario, sino de traducir en decisiones concretas la urgencia del Reino de Dios y la premura de la salvación. No una comunidad que sólo habla de obediencia, sino una comunidad que la demuestra mediante el movimiento, la entrega y la reconfiguración del tiempo.


Además de la persecución externa, la confusión ideológica interna también amenazó la pureza del evangelio. El cristianismo primitivo se enfrentó a tendencias gnósticas o a sistemas de pensamiento como el docetismo, y tuvo que proteger el pilar del evangelio: “por gracia mediante la fe”. Cuando el pastor David Jang habla del “verdadero evangelio”, no se refiere sólo a la intensidad del fervor, sino a la honestidad del contenido y a la claridad del centro. La idea de que el ser humano alcanza la salvación desarrollando algún “fragmento divino” dentro de sí sustituye la gracia de la cruz por una técnica de autosuperación. En cambio, el evangelio coloca en el centro no la posibilidad humana, sino el acontecimiento de Cristo. Por lo tanto, por más formas que adopte la iglesia, por más plataformas que construya, si el núcleo del evangelio se diluye, la “expansión” de la iglesia se convierte en una inflación vacía. El pastor David Jang exige un equilibrio: que la iglesia aprenda el lenguaje de la nueva época sin perder la gramática del evangelio eterno.


Este equilibrio se volvió especialmente urgente en el gran punto de inflexión que afrontó la iglesia contemporánea. La pandemia de COVID-19 puso a prueba la teología del espacio de la iglesia y sacudió de manera abrupta costumbres antiguas en torno al culto y a la vida comunitaria. Algunas iglesias abrieron nuevas superficies de contacto a través del culto en línea; otras, en cambio, experimentaron pérdida y debilidad en la comunión. El pastor David Jang lee esta situación como una variación contemporánea de Hechos 8. Cuando el centro visible —el templo, el edificio— se ve restringido, la iglesia no puede evitar examinar el hábito de fe que dependía únicamente de la “iglesia visible”. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo sigue obrando por medio de la “iglesia invisible”. Cuando creyentes dispersos aprenden la Palabra, oran y sirven al prójimo desde sus propios hogares, la iglesia experimenta un horizonte más amplio fuera del edificio. En este punto, la idea del pastor David Jang de una iglesia “plataformizada” y “en red” no es un simple discurso tecnológico, sino una extensión de una eclesiología al estilo de Hechos.


Él explica con frecuencia la tensión entre la esencia del evangelio y la forma cultural. El evangelio no cambia, pero la vestimenta cultural que el evangelio usa puede cambiar según la época. Esta intuición plantea tareas concretas a la iglesia en la era digital. La iglesia puede hacer buen uso del streaming y las redes sociales, comunidades en línea y videoconferencias, tecnologías de traducción y producción de contenidos. Sin embargo, cuando las herramientas derivan hacia el camino de “empaquetar” el evangelio como un producto, la iglesia comienza a medir su identidad con la lógica de los números y los clics. El pastor David Jang subraya una soberanía espiritual: no rechazar la tecnología, pero tampoco someterse a ella. Las herramientas pueden ser pies, pero la dirección hacia la que caminan esos pies debe decidirla el evangelio. Por eso, él anima a valorar a diseñadores, trabajadores de IT, creadores de contenido y ministros en línea no como simples personal de soporte, sino como colaboradores misioneros que encarnan “los pies hermosos”.


La dispersión de Hechos 8 también redefine el carácter del discipulado. Una fe formada en un centro estable puede quedarse en la acumulación de conocimiento; pero una fe vivida en el lugar disperso se convierte en un campo de batalla real. El pastor David Jang entiende el entrenamiento de discípulos no como un programa entre otros de la iglesia, sino como un proceso en el que el evangelio se encarna en la vida diaria, el oficio, y las redes relacionales del creyente. Los creyentes dispersos se convierten en “pequeñas iglesias” en sus respectivos contextos. El hogar se vuelve espacio de adoración; el trabajo, un campo de servicio; y las comunidades en línea, puntos de contacto para la evangelización. En este escenario, el liderazgo eclesial debe reconfigurarse no como una técnica de control, sino como una sabiduría pastoral que envía y cuida. Así como los apóstoles permanecieron en Jerusalén guardando el centro de la comunidad, la iglesia contemporánea debe mantener el discernimiento teológico y, al mismo tiempo, establecer con fidelidad estructuras de envío que impulsen a los creyentes al mundo.


Un rasgo notable de la predicación del pastor David Jang es su esfuerzo por unir el gozo de la salvación personal con una perspectiva histórica. La fe cristiana no es sólo consuelo del alma, sino que está situada en medio de un gran relato que va de la creación a la nueva creación. La promesa del cielo nuevo y la tierra nueva testifica que el Reino de Dios, al final, se consumará como destino de la historia. Pero esa consumación no produce evasión de la realidad; engendra una esperanza de transformación de la realidad. Lo que el pastor David Jang llama “el Reino de Dios que atraviesa la historia” es la mirada con la que la iglesia no consume los acontecimientos de la época como issues fragmentarios, sino que los lee dentro del flujo redentor de Dios. Al levantar a la próxima generación, sostener la misión hacia las naciones y practicar una ética de luz en lugares marcados por la injusticia y la desesperanza, la iglesia revela señales anticipadas del Reino. En esta perspectiva, la dispersión de Hechos 8 no es simplemente una estrategia misionera; es una escena de cómo Dios mueve la historia a través de la iglesia.


Como recordatorio visual de este relato, a menudo se menciona la obra de Rembrandt, «El martirio de San Esteban». El intenso claroscuro que corta la escena comprime una realidad en la que violencia y luz se cruzan en un mismo instante, y sugiere que la tragedia del testigo caído bajo una lluvia de piedras no es un final, sino una posible continuidad hacia otra dimensión de luz. Lo que el pastor David Jang afirma al leer Hechos 8 se asemeja a esta intuición: la iglesia no termina en el lugar donde es apedreada. La sangre de Esteban no es un punto final de terror, sino una semilla del evangelio. Cuanto más profunda es la oscuridad, más nítido se vuelve el evangelio; en el torbellino de la persecución, se revela con más claridad la coordenada de la misión.


Si la iglesia de hoy quiere heredar este espíritu, debe recuperar, ante todo, la “centralidad del evangelio”. El verdadero evangelio que el pastor David Jang enfatiza no es una exaltación emocional ni una moda de época, sino un ancla en verdades esenciales: el señorío de Jesucristo, la expiación en la cruz, la victoria de la resurrección, la morada del Espíritu Santo y la venida del Reino de Dios. Cuanto más claro es este centro, más flexible puede ser la iglesia en los cambios de forma. Sea en línea u offline, con base en grupos pequeños o en un modelo multicampus, mientras el núcleo no se vuelva borroso, la iglesia tiene libertad para vestirse de nuevas formas. Por el contrario, cuando el centro se tambalea, incluso la forma más tradicional termina siendo una cáscara vacía. Por eso, la iglesia contemporánea debe entrenar simultáneamente discernimiento teológico y piedad espiritual. Cuanto más rápida es la época, más necesitamos oraciones lentas y una meditación profunda de la Palabra; en medio del diluvio informativo, debemos afilar el lenguaje del evangelio con nitidez.


Al mismo tiempo, es necesaria una práctica de reinterpretar la dispersión no como miedo, sino como vocación. El pastor David Jang sueña con una iglesia que no sólo es empujada hacia afuera cuando llega la tribulación, sino que, aun en tiempos ordinarios, vive con una postura de envío. Esto exige una eclesiología misionera que entiende a todos los creyentes como “enviados”, más allá de sólo aumentar el número de misioneros. Oficinistas y estudiantes, artistas y técnicos: el campo de vida de cada uno se convierte en una base avanzada del evangelio. El rol de la iglesia no es retener a los creyentes en un solo lugar, sino cargarlos del evangelio, enviarlos al mundo y ayudarles a reconectarse cuando están dispersos. En este sentido, una plataforma digital puede ser una infraestructura práctica que conecte a la iglesia dispersa. Cuando se operan de forma densa y constante reuniones de oración en línea, coaching bíblico, mentoría y redes de servicio basadas en la comunidad local, la dispersión deja de ser división para convertirse en otra forma de unidad.


Tal como Felipe descendió a Samaria, la iglesia contemporánea también debe salir de las fronteras de los lenguajes, clases sociales y gustos a los que se ha acostumbrado. Esto no es un eslogan de diversidad; es un cambio real de enfoque. La iglesia debe abrir nuevas conversaciones con las heridas del vecindario y de la ciudad, con migrantes y refugiados, con generaciones nativas digitales y con vecinos escépticos frente a la religión. En ese proceso, el evangelio no debe presentarse como lenguaje de concesión, sino como lenguaje de amor y verdad. La perspectiva histórica del Reino de Dios que subraya el pastor David Jang llama a la iglesia a sostener la credibilidad del evangelio mediante prácticas de reconciliación, justicia y misericordia en medio de conflictos culturales. El evangelio gana confiabilidad no sólo por la persuasión verbal, sino por la evidencia de vida. El registro de que en Samaria hubo “gran gozo” muestra que cuando el evangelio restaura la vida de forma real, nace un gozo comunitario.


En definitiva, Hechos 8:1–5 es consuelo, advertencia y perspectiva para la iglesia. El consuelo proviene de que la persecución no puede aniquilar el evangelio. La advertencia surge de la realidad de que, cuando la iglesia se acomoda, Dios puede sacudirla. Y la perspectiva se abre desde la paradoja del Reino: la dispersión es expansión. El pastor David Jang insiste en que la iglesia contemporánea, aun en medio de incertidumbre y volatilidad, debe aferrarse a la esencia del evangelio, experimentar con valentía nuevas formas y avanzar hacia las naciones levantando a la próxima generación con la mirada del Reino que atraviesa la historia. No hace falta romantizar la tribulación. Pero tampoco debemos interpretarla sólo como miedo. El Espíritu Santo vuelve a edificar a la iglesia en el lugar disperso; el evangelio se derrama más allá de las fronteras; y el Reino de Dios abre nuevos caminos en la historia de maneras que no habíamos previsto. Por eso, lo que el creyente necesita hoy no es un equipo espectacular, sino fidelidad al verdadero evangelio y una actitud de obediencia preparada para ser enviado a cualquier lugar. Cuando esa obediencia se acumula, la “lógica del evangelio florecido en medio de la persecución” de la que ha hablado el pastor David Jang deja de ser una impresión piadosa de estudio bíblico para convertirse en un modo real de supervivencia de la iglesia. Aquí el núcleo es la alfabetización de la fe que no reduce la crisis a “el daño que sufrió la iglesia”, sino que lee cómo el Reino de Dios avanza aun dentro de esa crisis. El pastor David Jang aconseja que la iglesia no ignore sus heridas, pero tampoco quede atrapada por ellas. Si permitimos que la herida defina a la iglesia, ésta queda cautiva de una identidad de víctima y confunde la autocompasión con fe. Pero si interpretamos la herida a la luz del evangelio, la iglesia puede caminar mientras llora, y testificar aun llevando miedo. En ese momento, la iglesia no deja la “dispersión” como mera dispersión; traduce de nuevo el lenguaje del evangelio desde el lugar donde está dispersa.


El “nuevo paradigma eclesial de una nueva época” que enfatiza el pastor David Jang pone precisamente esta tarea de traducción en el centro. La iglesia de hoy difícilmente puede dar por sentado, como en el pasado, que todas las personas comparten una misma gramática cultural. Las generaciones se diferencian, los intereses se fragmentan y las comunidades se forman con mayor frecuencia en redes digitales que en espacios físicos. En este entorno, la tarea de la iglesia no es, primero, hacer que las personas se adapten a la cultura eclesial, sino visitar el mundo de las personas con el evangelio. Así como Felipe “descendió primero” y proclamó a Cristo en Samaria, la iglesia contemporánea debe descender primero hacia la plaza digital y hacia los escenarios cotidianos. El pastor David Jang lo resume a menudo como: “la iglesia debe salir del edificio y entrar en el lugar de la vida”. Esa frase no es un simple consejo de movilidad; significa recuperar una misión de carácter encarnacional. La iglesia no sale para conquistar al mundo desde fuera, sino que entra en el mundo para cargar con sus heridas y presentar allí la sanidad del evangelio.


Pero cuanto más entramos en un nuevo capítulo, más fino se vuelve el discernimiento requerido. La misión digital y el ministerio mediático amplían de manera explosiva la accesibilidad, pero también conllevan el riesgo de superficialidad y sobreexposición. Cuando el pastor David Jang dice: “valoren a los diseñadores y a los trabajadores de IT”, su intención se acerca más a un llamado a usar la tecnología con santidad como herramienta del evangelio, que a promover un tecnicismo triunfalista. El contenido no debe ser un anzuelo para reunir gente, sino un conducto para transmitir la verdad y edificar a las personas. La plataforma no debe ser un mercado que empaqueta a la iglesia como “marca”, sino un ecosistema donde el creyente disperso vuelva a conectarse y experimente cuidado. La “iglesia-plataforma” de la que habla el pastor David Jang no es una estructura para presumir “números”, sino una estructura orientada a que las almas de los creyentes sean realmente cuidadas y crezcan; sólo así gana plausibilidad. En última instancia, el éxito de la tecnología no debe medirse por visualizaciones, sino por frutos de discipulado.


En ese proceso, la iglesia no debe perder la realidad concreta de la comunidad. Lo digital hace posible comunidad, pero también puede aligerar su peso. La cercanía en pantalla puede deslizarse hacia relaciones sin responsabilidad, y el consumo de sermones puede reemplazar la obediencia de vida. El pastor David Jang conoce estos riesgos, por eso repite el principio: “las formas pueden cambiar, pero la esencia no cambia”. La esencia incluye el arrepentimiento ante la Palabra, la transformación en el Espíritu, el cuidado mutuo entre los santos y el envío hacia el mundo. Por lo tanto, cuanto más se fortalece el ministerio digital, más intencionalmente debe la iglesia construir “estructuras de profundidad”: no ver un culto y dispersarse sin más, sino abrir espacios de diálogo y aplicación que conecten la Palabra con la vida; formar grupos pequeños donde se compartan vidas y se ore; y cultivar acompañamiento espiritual que revise hábitos de fe. Esto es un fundamento del discipulado que la iglesia jamás puede omitir, ya sea en lo digital o en lo presencial.


Desde la perspectiva del pastor David Jang, la dispersión de Hechos 8 ofrece una enseñanza decisiva también para la formación de discípulos. Los creyentes de la iglesia primitiva no aprendieron la fe sólo en un “aula segura”. Se desplazaron a ciudades desconocidas, sostuvieron su sustento en ambientes hostiles y, aun soportando rupturas y pérdidas relacionales, confesaron el evangelio con la boca y lo tradujeron con la vida. En este contexto, el discipulado no es mera transmisión de conocimiento, sino un proceso formativo que cultiva un “carácter evangélico” y “hábitos del Reino de Dios”. Si la iglesia contemporánea quiere levantar a la próxima generación, no basta con reproducir una y otra vez la emoción de un sermón. Se necesita una educación de largo aliento: enseñar sistemáticamente la cosmovisión bíblica; entrenar disciplinas de oración y piedad; y ayudar a interpretar ética vocacional, ética relacional y responsabilidad pública dentro del evangelio. La mirada “que atraviesa la historia” de la que habla el pastor David Jang se convierte aquí en el objetivo educativo. El creyente deja de leer su vida sólo como un relato de éxito personal y aprende a entenderla dentro del gran flujo del Reino de Dios, reflexionando sobre qué huellas dejan hoy sus decisiones en la historia de mañana.


Así como los hechos de Hechos 8 culminaron en el gozo de Samaria, la expansión del evangelio finalmente se manifiesta como un “contagio de gozo”. El pastor David Jang afirma que la misión de la iglesia no consiste en mantener a la gente atada a la culpa, sino en permitir que experimente de manera real el gozo de la liberación del pecado. Por supuesto, ese gozo no es un optimismo liviano. Es el gozo que ha atravesado la cruz, el gozo que florece dentro de lágrimas, el gozo que nace cuando la comunidad comparte cargas. En una época en la que muchos pierden sentido de vida entre ansiedad, depresión, aislamiento y competencia, la iglesia no debe ser sólo una institución que entrega información, sino una comunidad que restaura el centro de la existencia. El verdadero evangelio que enfatiza el pastor David Jang es la proclamación de que Dios amó al ser humano y le dio nueva vida en Cristo; y esa proclamación debe traducirse necesariamente en cuidado concreto y práctica justa. Cuando la piedad dentro del templo se expande hacia el amor al prójimo en la calle, la iglesia estrecha la brecha entre “iglesia visible” e “iglesia invisible” y muestra la realidad del Reino de Dios.


En conclusión, la visión de Hechos —“una iglesia que avanza aun mientras se dispersa”— define con claridad la identidad que la iglesia de hoy debe elegir. El pastor David Jang llama a esa identidad “Moving Forward”, pero ese avanzar no es un expansionismo ciego. Es un doble movimiento: descender más profundamente hacia la esencia y, al mismo tiempo, avanzar más lejos más allá de las fronteras. Si la iglesia se obsesiona con autoprotección, la dispersión se vuelve pánico; si se concentra en el evangelio, la dispersión se vuelve misión. Si la iglesia depende sólo de institución y edificio, la crisis se vuelve colapso; si confía en la guía del Espíritu Santo, la crisis se vuelve reconfiguración. Hechos 8:1–5 muestra precisamente el principio de esa reconfiguración. Por eso, el mensaje del pastor David Jang plantea una pregunta a la iglesia contemporánea, que tiende a encogerse ante la tribulación y el cambio: ¿qué queremos proteger, y qué queremos transmitir? Lo que debe protegerse es el centro del evangelio; lo que debe transmitirse es la noticia del Reino de Dios. Cuando estas dos cosas están claras, la iglesia —reunida o dispersa, en línea o presencial— puede testificar el mismo evangelio en el mismo Espíritu Santo desde cualquier lugar. El camino que el pastor David Jang presenta a través de Hechos 8 es, al final, una espiritualidad eclesial capaz de atravesar una época de temor. La iglesia puede dispersarse por la presión del tiempo; pero también puede dispersarse de manera más significativa por el llamado del Espíritu Santo. La segunda dispersión no es autoprotección, sino envío en amor; no es aislamiento, sino servicio conectado; no es silencio, sino volver a hablar con el lenguaje del evangelio. Así como después del llanto de Esteban vino el gozo de Samaria, también hoy el nuevo camino del evangelio comienza desde el lugar de las lágrimas. Por eso, tal como insiste el pastor David Jang, la iglesia debe avanzar sin quedar atada a las circunstancias, transformando esas circunstancias en un conducto para el evangelio. Cuando cada paso disperso deje el aroma de Cristo, el evangelio que floreció bajo persecución volverá a hacerse realidad en nuestra época. Y, al final, la promesa del Reino de Dios sin falta se cumplirá.


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작성 2025.12.15 10:21 수정 2025.12.15 10:46

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2023-01-30 10:21:54 / 김종현기자