Basado en la predicación del pastor David Jang (fundador de
Olivet University) sobre Hechos 8:1–5, este artículo ilumina —desde una
perspectiva teológica y práctica— cómo la persecución y la dispersión tras el
martirio de Esteban se convirtieron en un conducto para la expansión del
evangelio. A la luz del “verdadero evangelio” y de la mirada del “Reino de Dios
que atraviesa la historia”, se reexaminan la iglesia primitiva y el paradigma
misionero de la iglesia contemporánea.
Hechos 8:1–5 revela con honestidad que la historia de la
iglesia nunca se ha desarrollado únicamente sobre la trayectoria de un
“crecimiento seguro”. Apenas la sangre de Esteban se empapó en las piedras de
las calles de Jerusalén, la iglesia se encontró primero con la supervivencia en
medio de una tempestad, antes que con la victoria entre aplausos. El pastor
David Jang no lee este pasaje como un simple registro de tragedia, sino que lo
reinterpreta desde la mirada del Reino de Dios. Cuando la iglesia se fija y se
endurece como una comunidad religiosa “exitosa” en una sola ciudad, el
evangelio queda con frecuencia atrapado en la “estética del quedarse”; pero el
Espíritu Santo rompe esa permanencia y conduce a la iglesia hacia una “ética
del avanzar”. Así, la dispersión de Hechos 8 no es retirada sino reubicación;
no es pérdida sino envío; no es desaparición sino expansión.
La persecución que experimentó la iglesia primitiva no fue,
en el plano emocional, sólo “miedo”. Fue una deconstrucción total que sacudió
simultáneamente el lugar de la adoración, la estructura comunitaria y la base
misma del sustento. La descripción de que Saulo irrumpía casa por casa y
arrastraba a hombres y mujeres para entregarlos a la cárcel muestra cuán
concretos y riesgosos eran los compromisos de fe de los creyentes de entonces.
Al leer esta escena, el pastor David Jang vuelve a plantear la pregunta: “¿Qué
es la iglesia?”. La iglesia no es la suma de edificios e instituciones; es un
organismo viviente que, dentro del Espíritu Santo, forma un solo cuerpo de
personas que portan el evangelio. Por eso, aunque la presión externa desbarate
las reuniones, la vida del evangelio circula hacia espacios más amplios con
mayor fuerza. El hecho de que los apóstoles permanecieran en Jerusalén no
indica una fijación rígida del liderazgo, sino que sugiere una estructura
misionera multicapa en la que el centro y la periferia operan al mismo tiempo,
mientras los creyentes dispersos se desplazan.
Hechos 8:4 —“Los que habían sido dispersados iban por todas
partes anunciando la palabra del evangelio”— condensa el núcleo de la misión de
la iglesia primitiva. El evangelio no era solamente el lenguaje de evangelistas
profesionales; fluía de manera natural como testimonio a lo largo de los
trayectos vitales y de los caminos de supervivencia. El “verdadero evangelio”,
tal como lo explica el pastor David Jang, se enraíza aquí. El verdadero
evangelio no se limita a un consuelo religioso que esquiva la crisis; aun en
medio de la crisis, impulsa a proclamar con valentía la cruz y la resurrección
de Jesucristo y la venida del Reino de Dios. Si el evangelio es verdad, no
depende de condiciones favorables. Más bien, las condiciones adversas se
vuelven una prueba que revela la pureza de la verdad. La iglesia primitiva no
se derrumbó sobre esa prueba porque estaba más profundamente atada a la “misión
centrada en el Reino de Dios” que a la “seguridad centrada en la iglesia”.
Desde esta perspectiva, la persecución se convierte en un
espacio paradójico de providencia. Por supuesto, no puede decirse que la
persecución en sí misma sea buena. Sin embargo, Dios posee la soberanía de
transformar la intención del mal en bien. Precisamente aquí el pastor David
Jang subraya la “fuerza interpretativa” que la iglesia debe tener frente a la
historia. A los ojos humanos, la muerte de Esteban parece una derrota de la
iglesia; pero a los ojos del Espíritu Santo, su martirio abre la “puerta de la
dispersión” y hace visible la ruta hacia los confines de la tierra. El mapa
misionero de Hechos 1:8 —Jerusalén, toda Judea, Samaria y hasta lo último de la
tierra— deja de ser un lema abstracto para convertirse en un itinerario
concreto de movimiento. Ese instante es precisamente Hechos 8.
El descenso de Felipe a Samaria encierra un sentido que va
más allá de un simple traslado geográfico. Samaria era una tierra fronteriza
donde se habían acumulado heridas antiguas y enemistades. Que el evangelio
entrara allí proclama que la expansión del Reino de Dios derriba el purismo
cultural y el exclusivismo religioso. El pastor David Jang interpreta este
acontecimiento desde la perspectiva del “Reino de Dios que atraviesa la
historia”. El Reino de Dios no es un proyecto encerrado en la identidad de un pueblo
particular; es un gobierno cósmico que, por la gracia de la redención, forja
una nueva humanidad. Por eso, la tierra fronteriza se convierte siempre en un
laboratorio del evangelio. La afirmación de que Felipe “anunciaba a Cristo al
pueblo” enfatiza más la dirección del ser que la técnica del discurso. Felipe
no evitó Samaria para proteger el orgullo de su propio pueblo; ante la guía del
Espíritu Santo, descendió hacia un territorio incómodo. Ese descenso muestra
que la esencia de la misión no es “elevarse”, sino “abajarse”.
Aquí, el pastor David Jang recuerda repetidamente una
exhortación: que la iglesia no caiga en la costumbre de moverse sólo cuando la
tribulación la obliga. También la iglesia primitiva pudo haber sentido la
tentación de quedarse en Jerusalén, disfrutando del avivamiento y de la
estabilidad comunitaria. El ser humano tiende a convertir el logro en
estabilidad, y la estabilidad pronto se endurece como inercia. Pero el
evangelio no permite la inercia. El evangelio siempre va hacia afuera, más
lejos y hacia un lugar más bajo. Por eso, el pastor David Jang afirma que la
iglesia debe recuperar una obediencia que “se dispersa voluntariamente cantando
con alegría”. No se trata de promover el romanticismo de un movimiento
temerario, sino de traducir en decisiones concretas la urgencia del Reino de
Dios y la premura de la salvación. No una comunidad que sólo habla de
obediencia, sino una comunidad que la demuestra mediante el movimiento, la
entrega y la reconfiguración del tiempo.
Además de la persecución externa, la confusión ideológica
interna también amenazó la pureza del evangelio. El cristianismo primitivo se
enfrentó a tendencias gnósticas o a sistemas de pensamiento como el docetismo,
y tuvo que proteger el pilar del evangelio: “por gracia mediante la fe”. Cuando
el pastor David Jang habla del “verdadero evangelio”, no se refiere sólo a la
intensidad del fervor, sino a la honestidad del contenido y a la claridad del
centro. La idea de que el ser humano alcanza la salvación desarrollando algún
“fragmento divino” dentro de sí sustituye la gracia de la cruz por una técnica
de autosuperación. En cambio, el evangelio coloca en el centro no la
posibilidad humana, sino el acontecimiento de Cristo. Por lo tanto, por más
formas que adopte la iglesia, por más plataformas que construya, si el núcleo
del evangelio se diluye, la “expansión” de la iglesia se convierte en una
inflación vacía. El pastor David Jang exige un equilibrio: que la iglesia
aprenda el lenguaje de la nueva época sin perder la gramática del evangelio
eterno.
Este equilibrio se volvió especialmente urgente en el gran
punto de inflexión que afrontó la iglesia contemporánea. La pandemia de
COVID-19 puso a prueba la teología del espacio de la iglesia y sacudió de
manera abrupta costumbres antiguas en torno al culto y a la vida comunitaria.
Algunas iglesias abrieron nuevas superficies de contacto a través del culto en
línea; otras, en cambio, experimentaron pérdida y debilidad en la comunión. El
pastor David Jang lee esta situación como una variación contemporánea de Hechos
8. Cuando el centro visible —el templo, el edificio— se ve restringido, la
iglesia no puede evitar examinar el hábito de fe que dependía únicamente de la
“iglesia visible”. Al mismo tiempo, el Espíritu Santo sigue obrando por medio
de la “iglesia invisible”. Cuando creyentes dispersos aprenden la Palabra, oran
y sirven al prójimo desde sus propios hogares, la iglesia experimenta un
horizonte más amplio fuera del edificio. En este punto, la idea del pastor
David Jang de una iglesia “plataformizada” y “en red” no es un simple discurso
tecnológico, sino una extensión de una eclesiología al estilo de Hechos.
Él explica con frecuencia la tensión entre la esencia del
evangelio y la forma cultural. El evangelio no cambia, pero la vestimenta
cultural que el evangelio usa puede cambiar según la época. Esta intuición
plantea tareas concretas a la iglesia en la era digital. La iglesia puede hacer
buen uso del streaming y las redes sociales, comunidades en línea y
videoconferencias, tecnologías de traducción y producción de contenidos. Sin
embargo, cuando las herramientas derivan hacia el camino de “empaquetar” el evangelio
como un producto, la iglesia comienza a medir su identidad con la lógica de los
números y los clics. El pastor David Jang subraya una soberanía espiritual: no
rechazar la tecnología, pero tampoco someterse a ella. Las herramientas pueden
ser pies, pero la dirección hacia la que caminan esos pies debe decidirla el
evangelio. Por eso, él anima a valorar a diseñadores, trabajadores de IT,
creadores de contenido y ministros en línea no como simples personal de
soporte, sino como colaboradores misioneros que encarnan “los pies hermosos”.
La dispersión de Hechos 8 también redefine el carácter del
discipulado. Una fe formada en un centro estable puede quedarse en la
acumulación de conocimiento; pero una fe vivida en el lugar disperso se
convierte en un campo de batalla real. El pastor David Jang entiende el
entrenamiento de discípulos no como un programa entre otros de la iglesia, sino
como un proceso en el que el evangelio se encarna en la vida diaria, el oficio,
y las redes relacionales del creyente. Los creyentes dispersos se convierten en
“pequeñas iglesias” en sus respectivos contextos. El hogar se vuelve espacio de
adoración; el trabajo, un campo de servicio; y las comunidades en línea, puntos
de contacto para la evangelización. En este escenario, el liderazgo eclesial
debe reconfigurarse no como una técnica de control, sino como una sabiduría
pastoral que envía y cuida. Así como los apóstoles permanecieron en Jerusalén
guardando el centro de la comunidad, la iglesia contemporánea debe mantener el
discernimiento teológico y, al mismo tiempo, establecer con fidelidad
estructuras de envío que impulsen a los creyentes al mundo.
Un rasgo notable de la predicación del pastor David Jang es
su esfuerzo por unir el gozo de la salvación personal con una perspectiva
histórica. La fe cristiana no es sólo consuelo del alma, sino que está situada
en medio de un gran relato que va de la creación a la nueva creación. La
promesa del cielo nuevo y la tierra nueva testifica que el Reino de Dios, al
final, se consumará como destino de la historia. Pero esa consumación no
produce evasión de la realidad; engendra una esperanza de transformación de la
realidad. Lo que el pastor David Jang llama “el Reino de Dios que atraviesa la
historia” es la mirada con la que la iglesia no consume los acontecimientos de
la época como issues fragmentarios, sino que los lee dentro del flujo redentor
de Dios. Al levantar a la próxima generación, sostener la misión hacia las
naciones y practicar una ética de luz en lugares marcados por la injusticia y
la desesperanza, la iglesia revela señales anticipadas del Reino. En esta
perspectiva, la dispersión de Hechos 8 no es simplemente una estrategia
misionera; es una escena de cómo Dios mueve la historia a través de la iglesia.
Como recordatorio visual de este relato, a menudo se
menciona la obra de Rembrandt, «El martirio de San Esteban». El intenso
claroscuro que corta la escena comprime una realidad en la que violencia y luz
se cruzan en un mismo instante, y sugiere que la tragedia del testigo caído
bajo una lluvia de piedras no es un final, sino una posible continuidad hacia
otra dimensión de luz. Lo que el pastor David Jang afirma al leer Hechos 8 se
asemeja a esta intuición: la iglesia no termina en el lugar donde es apedreada.
La sangre de Esteban no es un punto final de terror, sino una semilla del
evangelio. Cuanto más profunda es la oscuridad, más nítido se vuelve el
evangelio; en el torbellino de la persecución, se revela con más claridad la
coordenada de la misión.
Si la iglesia de hoy quiere heredar este espíritu, debe
recuperar, ante todo, la “centralidad del evangelio”. El verdadero evangelio
que el pastor David Jang enfatiza no es una exaltación emocional ni una moda de
época, sino un ancla en verdades esenciales: el señorío de Jesucristo, la
expiación en la cruz, la victoria de la resurrección, la morada del Espíritu
Santo y la venida del Reino de Dios. Cuanto más claro es este centro, más
flexible puede ser la iglesia en los cambios de forma. Sea en línea u offline,
con base en grupos pequeños o en un modelo multicampus, mientras el núcleo no
se vuelva borroso, la iglesia tiene libertad para vestirse de nuevas formas.
Por el contrario, cuando el centro se tambalea, incluso la forma más
tradicional termina siendo una cáscara vacía. Por eso, la iglesia contemporánea
debe entrenar simultáneamente discernimiento teológico y piedad espiritual.
Cuanto más rápida es la época, más necesitamos oraciones lentas y una
meditación profunda de la Palabra; en medio del diluvio informativo, debemos
afilar el lenguaje del evangelio con nitidez.
Al mismo tiempo, es necesaria una práctica de reinterpretar
la dispersión no como miedo, sino como vocación. El pastor David Jang sueña con
una iglesia que no sólo es empujada hacia afuera cuando llega la tribulación,
sino que, aun en tiempos ordinarios, vive con una postura de envío. Esto exige
una eclesiología misionera que entiende a todos los creyentes como “enviados”,
más allá de sólo aumentar el número de misioneros. Oficinistas y estudiantes,
artistas y técnicos: el campo de vida de cada uno se convierte en una base
avanzada del evangelio. El rol de la iglesia no es retener a los creyentes en
un solo lugar, sino cargarlos del evangelio, enviarlos al mundo y ayudarles a
reconectarse cuando están dispersos. En este sentido, una plataforma digital
puede ser una infraestructura práctica que conecte a la iglesia dispersa.
Cuando se operan de forma densa y constante reuniones de oración en línea,
coaching bíblico, mentoría y redes de servicio basadas en la comunidad local,
la dispersión deja de ser división para convertirse en otra forma de unidad.
Tal como Felipe descendió a Samaria, la iglesia
contemporánea también debe salir de las fronteras de los lenguajes, clases
sociales y gustos a los que se ha acostumbrado. Esto no es un eslogan de
diversidad; es un cambio real de enfoque. La iglesia debe abrir nuevas
conversaciones con las heridas del vecindario y de la ciudad, con migrantes y
refugiados, con generaciones nativas digitales y con vecinos escépticos frente
a la religión. En ese proceso, el evangelio no debe presentarse como lenguaje
de concesión, sino como lenguaje de amor y verdad. La perspectiva histórica del
Reino de Dios que subraya el pastor David Jang llama a la iglesia a sostener la
credibilidad del evangelio mediante prácticas de reconciliación, justicia y
misericordia en medio de conflictos culturales. El evangelio gana confiabilidad
no sólo por la persuasión verbal, sino por la evidencia de vida. El registro de
que en Samaria hubo “gran gozo” muestra que cuando el evangelio restaura la
vida de forma real, nace un gozo comunitario.
En definitiva, Hechos 8:1–5 es consuelo, advertencia y
perspectiva para la iglesia. El consuelo proviene de que la persecución no
puede aniquilar el evangelio. La advertencia surge de la realidad de que,
cuando la iglesia se acomoda, Dios puede sacudirla. Y la perspectiva se abre
desde la paradoja del Reino: la dispersión es expansión. El pastor David Jang
insiste en que la iglesia contemporánea, aun en medio de incertidumbre y
volatilidad, debe aferrarse a la esencia del evangelio, experimentar con valentía
nuevas formas y avanzar hacia las naciones levantando a la próxima generación
con la mirada del Reino que atraviesa la historia. No hace falta romantizar la
tribulación. Pero tampoco debemos interpretarla sólo como miedo. El Espíritu
Santo vuelve a edificar a la iglesia en el lugar disperso; el evangelio se
derrama más allá de las fronteras; y el Reino de Dios abre nuevos caminos en la
historia de maneras que no habíamos previsto. Por eso, lo que el creyente
necesita hoy no es un equipo espectacular, sino fidelidad al verdadero
evangelio y una actitud de obediencia preparada para ser enviado a cualquier
lugar. Cuando esa obediencia se acumula, la “lógica del evangelio florecido en
medio de la persecución” de la que ha hablado el pastor David Jang deja de ser
una impresión piadosa de estudio bíblico para convertirse en un modo real de
supervivencia de la iglesia. Aquí el núcleo es la alfabetización de la fe que
no reduce la crisis a “el daño que sufrió la iglesia”, sino que lee cómo el
Reino de Dios avanza aun dentro de esa crisis. El pastor David Jang aconseja
que la iglesia no ignore sus heridas, pero tampoco quede atrapada por ellas. Si
permitimos que la herida defina a la iglesia, ésta queda cautiva de una
identidad de víctima y confunde la autocompasión con fe. Pero si interpretamos
la herida a la luz del evangelio, la iglesia puede caminar mientras llora, y
testificar aun llevando miedo. En ese momento, la iglesia no deja la
“dispersión” como mera dispersión; traduce de nuevo el lenguaje del evangelio
desde el lugar donde está dispersa.
El “nuevo paradigma eclesial de una nueva época” que
enfatiza el pastor David Jang pone precisamente esta tarea de traducción en el
centro. La iglesia de hoy difícilmente puede dar por sentado, como en el
pasado, que todas las personas comparten una misma gramática cultural. Las
generaciones se diferencian, los intereses se fragmentan y las comunidades se
forman con mayor frecuencia en redes digitales que en espacios físicos. En este
entorno, la tarea de la iglesia no es, primero, hacer que las personas se adapten
a la cultura eclesial, sino visitar el mundo de las personas con el evangelio.
Así como Felipe “descendió primero” y proclamó a Cristo en Samaria, la iglesia
contemporánea debe descender primero hacia la plaza digital y hacia los
escenarios cotidianos. El pastor David Jang lo resume a menudo como: “la
iglesia debe salir del edificio y entrar en el lugar de la vida”. Esa frase no
es un simple consejo de movilidad; significa recuperar una misión de carácter
encarnacional. La iglesia no sale para conquistar al mundo desde fuera, sino
que entra en el mundo para cargar con sus heridas y presentar allí la sanidad
del evangelio.
Pero cuanto más entramos en un nuevo capítulo, más fino se
vuelve el discernimiento requerido. La misión digital y el ministerio mediático
amplían de manera explosiva la accesibilidad, pero también conllevan el riesgo
de superficialidad y sobreexposición. Cuando el pastor David Jang dice:
“valoren a los diseñadores y a los trabajadores de IT”, su intención se acerca
más a un llamado a usar la tecnología con santidad como herramienta del
evangelio, que a promover un tecnicismo triunfalista. El contenido no debe ser
un anzuelo para reunir gente, sino un conducto para transmitir la verdad y
edificar a las personas. La plataforma no debe ser un mercado que empaqueta a
la iglesia como “marca”, sino un ecosistema donde el creyente disperso vuelva a
conectarse y experimente cuidado. La “iglesia-plataforma” de la que habla el
pastor David Jang no es una estructura para presumir “números”, sino una
estructura orientada a que las almas de los creyentes sean realmente cuidadas y
crezcan; sólo así gana plausibilidad. En última instancia, el éxito de la
tecnología no debe medirse por visualizaciones, sino por frutos de discipulado.
En ese proceso, la iglesia no debe perder la realidad
concreta de la comunidad. Lo digital hace posible comunidad, pero también puede
aligerar su peso. La cercanía en pantalla puede deslizarse hacia relaciones sin
responsabilidad, y el consumo de sermones puede reemplazar la obediencia de
vida. El pastor David Jang conoce estos riesgos, por eso repite el principio:
“las formas pueden cambiar, pero la esencia no cambia”. La esencia incluye el
arrepentimiento ante la Palabra, la transformación en el Espíritu, el cuidado
mutuo entre los santos y el envío hacia el mundo. Por lo tanto, cuanto más se
fortalece el ministerio digital, más intencionalmente debe la iglesia construir
“estructuras de profundidad”: no ver un culto y dispersarse sin más, sino abrir
espacios de diálogo y aplicación que conecten la Palabra con la vida; formar
grupos pequeños donde se compartan vidas y se ore; y cultivar acompañamiento
espiritual que revise hábitos de fe. Esto es un fundamento del discipulado que
la iglesia jamás puede omitir, ya sea en lo digital o en lo presencial.
Desde la perspectiva del pastor David Jang, la dispersión
de Hechos 8 ofrece una enseñanza decisiva también para la formación de
discípulos. Los creyentes de la iglesia primitiva no aprendieron la fe sólo en
un “aula segura”. Se desplazaron a ciudades desconocidas, sostuvieron su
sustento en ambientes hostiles y, aun soportando rupturas y pérdidas
relacionales, confesaron el evangelio con la boca y lo tradujeron con la vida.
En este contexto, el discipulado no es mera transmisión de conocimiento, sino un
proceso formativo que cultiva un “carácter evangélico” y “hábitos del Reino de
Dios”. Si la iglesia contemporánea quiere levantar a la próxima generación, no
basta con reproducir una y otra vez la emoción de un sermón. Se necesita una
educación de largo aliento: enseñar sistemáticamente la cosmovisión bíblica;
entrenar disciplinas de oración y piedad; y ayudar a interpretar ética
vocacional, ética relacional y responsabilidad pública dentro del evangelio. La
mirada “que atraviesa la historia” de la que habla el pastor David Jang se
convierte aquí en el objetivo educativo. El creyente deja de leer su vida sólo
como un relato de éxito personal y aprende a entenderla dentro del gran flujo
del Reino de Dios, reflexionando sobre qué huellas dejan hoy sus decisiones en
la historia de mañana.
Así como los hechos de Hechos 8 culminaron en el gozo de
Samaria, la expansión del evangelio finalmente se manifiesta como un “contagio
de gozo”. El pastor David Jang afirma que la misión de la iglesia no consiste
en mantener a la gente atada a la culpa, sino en permitir que experimente de
manera real el gozo de la liberación del pecado. Por supuesto, ese gozo no es
un optimismo liviano. Es el gozo que ha atravesado la cruz, el gozo que florece
dentro de lágrimas, el gozo que nace cuando la comunidad comparte cargas. En
una época en la que muchos pierden sentido de vida entre ansiedad, depresión,
aislamiento y competencia, la iglesia no debe ser sólo una institución que
entrega información, sino una comunidad que restaura el centro de la
existencia. El verdadero evangelio que enfatiza el pastor David Jang es la
proclamación de que Dios amó al ser humano y le dio nueva vida en Cristo; y esa
proclamación debe traducirse necesariamente en cuidado concreto y práctica
justa. Cuando la piedad dentro del templo se expande hacia el amor al prójimo
en la calle, la iglesia estrecha la brecha entre “iglesia visible” e “iglesia
invisible” y muestra la realidad del Reino de Dios.
En conclusión, la visión de Hechos —“una iglesia que avanza aun mientras se dispersa”— define con claridad la identidad que la iglesia de hoy debe elegir. El pastor David Jang llama a esa identidad “Moving Forward”, pero ese avanzar no es un expansionismo ciego. Es un doble movimiento: descender más profundamente hacia la esencia y, al mismo tiempo, avanzar más lejos más allá de las fronteras. Si la iglesia se obsesiona con autoprotección, la dispersión se vuelve pánico; si se concentra en el evangelio, la dispersión se vuelve misión. Si la iglesia depende sólo de institución y edificio, la crisis se vuelve colapso; si confía en la guía del Espíritu Santo, la crisis se vuelve reconfiguración. Hechos 8:1–5 muestra precisamente el principio de esa reconfiguración. Por eso, el mensaje del pastor David Jang plantea una pregunta a la iglesia contemporánea, que tiende a encogerse ante la tribulación y el cambio: ¿qué queremos proteger, y qué queremos transmitir? Lo que debe protegerse es el centro del evangelio; lo que debe transmitirse es la noticia del Reino de Dios. Cuando estas dos cosas están claras, la iglesia —reunida o dispersa, en línea o presencial— puede testificar el mismo evangelio en el mismo Espíritu Santo desde cualquier lugar. El camino que el pastor David Jang presenta a través de Hechos 8 es, al final, una espiritualidad eclesial capaz de atravesar una época de temor. La iglesia puede dispersarse por la presión del tiempo; pero también puede dispersarse de manera más significativa por el llamado del Espíritu Santo. La segunda dispersión no es autoprotección, sino envío en amor; no es aislamiento, sino servicio conectado; no es silencio, sino volver a hablar con el lenguaje del evangelio. Así como después del llanto de Esteban vino el gozo de Samaria, también hoy el nuevo camino del evangelio comienza desde el lugar de las lágrimas. Por eso, tal como insiste el pastor David Jang, la iglesia debe avanzar sin quedar atada a las circunstancias, transformando esas circunstancias en un conducto para el evangelio. Cuando cada paso disperso deje el aroma de Cristo, el evangelio que floreció bajo persecución volverá a hacerse realidad en nuestra época. Y, al final, la promesa del Reino de Dios sin falta se cumplirá.
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